
En los últimos días, el IES As Lagoas de Ourense se ha convertido en el epicentro de una polémica que enfrenta a estudiantes, padres y la comunidad educativa. La protesta de los alumnos, que claman por su «derecho a aprender matemáticas», ha captado la atención de la opinión pública con manifestaciones, carteles y una campaña mediática que ha escalado rápidamente. Sin embargo, más allá de los eslóganes y la indignación, resulta necesario cuestionar el trasfondo de este conflicto y la responsabilidad de las partes involucradas.
El IES As Lagoas publicó un comunicado en su página web, defendiendo al profesorado y criticando lo que consideran «acusaciones infundadas» y un clima de hostilidad que, según ellos, está afectando negativamente al ambiente escolar. Este tipo de escenarios, lejos de favorecer el diálogo y la resolución de problemas, tienden a polarizar las posturas y a dificultar cualquier vía de solución efectiva.
El asunto salió a la luz cuando los alumnos iniciaron una protesta con carteles en forma de esquela para exigir mejoras en la enseñanza de matemáticas. Sin embargo, la reunión de los padres con la inspección educativa y la dirección del centro no obtuvo los resultados que esperaban. Este contexto invita a pensar si esta problemática es consecuencia de un sistema educativo que permite la promoción automática o de una mala praxis docente.
El actual sistema educativo no solo permite, sino que normaliza que los estudiantes pasen de curso con asignaturas suspensas, transmitiendo el mensaje de que el esfuerzo y la superación han dejado de ser valores esenciales en la formación académica. Esta permisividad no solo fomenta un menor compromiso con el estudio, sino que también agrava el desfase en el aprendizaje de materias fundamentales como las matemáticas, generando lagunas difíciles de subsanar en etapas posteriores.
Lo más preocupante es que esta deriva cuenta con el respaldo de muchos padres, quienes, en lugar de exigir rigor y excelencia, prefieren el camino fácil de la promoción automática. Al justificar o minimizar el problema, contribuyen a consolidar una cultura de mediocridad que prioriza la comodidad sobre la preparación real para el futuro. Así, el sistema educativo, en connivencia con una sociedad cada vez más complaciente, condena a los estudiantes a una falsa sensación de éxito, ocultando la cruda realidad.
A medida que se acercan las pruebas ABAU, los alumnos se dan cuenta de que su nivel en matemáticas no es suficiente para alcanzar las notas de corte de las carreras que desean estudiar, lo que desencadena el conflicto. Las quejas, las protestas y la búsqueda de culpables se intensifican, pero cabe preguntarse: ¿Es culpa de la profesora o es el resultado de un sistema educativo que prioriza la promoción automática sobre la exigencia y el aprendizaje real?
Durante años, las deficiencias en la enseñanza han sido evidentes, pero se han ignorado en favor de un modelo que evita la frustración a corto plazo, aunque perpetúa la falta de preparación. Se ha hecho creer a los alumnos que aprobar sin esfuerzo es un derecho adquirido, mientras el rigor académico se ha diluido en nombre de una supuesta inclusión que, en realidad, los priva de herramientas fundamentales para su futuro.
Además, esta situación no solo es responsabilidad del sistema educativo, sino también de una sociedad que, en lugar de exigir excelencia, ha normalizado la mediocridad. Muchos padres, lejos de asumir su papel en la formación de sus hijos, han optado por señalar a los profesores como los únicos responsables, evitando enfrentar una verdad incómoda. El fracaso académico de los estudiantes no es un problema que surge de la nada en el último curso, sino el resultado de años de falta de exigencia y conformismo. Así, cuando la realidad golpea y los alumnos se ven incapaces de afrontar exámenes cruciales, ya no se puede disfrazar el problema.
Es fundamental analizar con objetividad lo que está ocurriendo en el IES As Lagoas. No se trata de restar importancia a las quejas de los estudiantes ni de desestimar la preocupación de los padres, pero tampoco podemos caer en una demonización automática del profesorado sin pruebas sólidas. La educación requiere esfuerzo, disciplina y compromiso, no solo por parte de los docentes, sino también de los propios alumnos y sus familias.
Vivimos en una sociedad cada vez más crispada, donde las redes sociales magnifican cualquier conflicto y generan juicios sumarios sin derecho a réplica. En este contexto, resulta imprescindible apostar por la cordura y el sentido común. Dejemos que los profesores hagan su trabajo, exijamos responsabilidad a los estudiantes y reconozcamos que la cultura del esfuerzo es un pilar fundamental para el progreso académico y personal. Si seguimos promoviendo la complacencia y justificando la falta de exigencia, estaremos condenando a las futuras generaciones a una formación deficiente y a una frustración aún mayor cuando enfrenten la realidad laboral y universitaria. De lo contrario, este tipo de conflictos seguirá repitiéndose, con consecuencias cada vez más perjudiciales para el sistema educativo y la sociedad en su conjunto. No se trata de culpabilizar a una sola parte, sino de asumir que todos—instituciones, familias y alumnos—tenemos una responsabilidad ineludible en la calidad de la educación. Solo recuperando el valor del esfuerzo y la excelencia podremos garantizar un futuro en el que la preparación real prime sobre las soluciones fáciles y las excusas.
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