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La aventura del Premio Planeta

Todo empezó aquel año del 2002, cuando vivía una etapa de mi vida en que necesitaba poner claridad a todo lo que me estaba pasando.

Por aquel entonces compartía mi labor docente en mi centro de trabajo con las colaboraciones que hacía en el Centro de Formación de Recursos de Ourense. Además de estas ocupaciones profesionales, había iniciado una experiencia profesional en el mundo empresarial con un proyecto innovador...

Te lo cuento todo...

Todo empezó aquel año del 2002, cuando vivía una etapa de mi vida en que necesitaba poner claridad a todo lo que me estaba pasando.

Por aquel entonces compartía mi labor docente en mi centro de trabajo con las colaboraciones que hacía en el Centro de Formación de Recursos de Ourense. Además de estas ocupaciones profesionales, había iniciado una experiencia profesional en el mundo empresarial con un proyecto innovador.

Con tantas ocupaciones apenas tenía tiempo para dedicar al deporte, a la música y a mis aficiones literarias.

Un día decidí dar rienda suelta a mi imaginación con la intención de desconectar del mundo tan ajetreado en que estaba viviendo y comencé a escribir. Las experiencias de vida son las que determinan con el paso del tiempo aquello que nos atrae y nos motiva, por lo que el tema elegido para empezar mi relato estaría ambientado en el Camino de Santiago; más concretamente en el Camino Francés.

 

Los primeros pasos como escritor fueron muy difíciles, ya que me resultaba imposible reflejar en el papel todo aquello que era capaz imaginar en mi mente. Fue un tiempo de incoherencias y frustraciones. Cuando repasaba aquellos papales sentía una profunda decepción al comprobar que lo que allí estaba escrito nada tenía que ver con la historia que quería contar; mi mente y la pluma caminaban por senderos desiguales.

 

Quise poner freno a tanta incongruencia y decidí instalar en mi ordenador un programa capaz de plasmar en texto digital lo que yo iba relatando, pero en aquellos años las aplicaciones informáticas en este campo eran rudimentarias. Pasé varios días leyendo fragmentos del Quijote para que la máquina pudiese identificar los sonidos que yo pronunciaba. El resultado no fue el esperado y consideré que había perdido un tiempo importante. Finalmente deseché esta opción; el método más tradicional era el que me ayudaría a poner en el papel todo aquello que yo quería contar. Ahora recuerdo que el primer capítulo de la novela lo reescribí más de veinte veces y, peso a todo, no me encontraba satisfecho con aquellas intenciones.

 

Yo seguía robando horas al amanecer para alcanzar la meta que me había propuesto. Pasó el tiempo y un año después conseguí finalizar aquella primera obra literaria, que pasó a formar parte de los muchos archivos que quedarían almacenados en un lugar apartado de mi ordenador.

 

Un día, navegando por la red, se me ocurrió buscar los concursos literarios que estaban abiertos por aquel entonces y que permitían el envío de manuscritos. Y como el osado que desconoce la magnitud de sus acciones, envié el manuscrito al Premio Planeta de Novela del año 2003.

 

Había sido muy atrevido, pero tampoco quería que me tildaran de imprudente y no comenté a nadie el alcance de mi osadía. Recuerdo que estábamos en el mes de junio. Me fui de vacaciones de verano sin hacer valoraciones de lo que acababa de hacer y disfruté de unos días de merecido descanso.

 

Empezó el curso escolar 2002-2003; yo seguía con mis labores profesionales y sucedió algo inesperado. Cuando llegué a casa me comunicaron que habían llamado de la Editorial Planeta para comunicarme que mi obra había sido seleccionada entre las diez finalistas de ese año. Y así empezó todo…

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