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Entre la inocencia perdida y la traición del poder: cuando el «cordero» se extravía.

  • Foto del escritor: Mario González Sánchez
    Mario González Sánchez
  • 27 nov
  • 3 Min. de lectura
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«Este artículo está dirigido a personas inteligentes, y estoy seguro de que todos los que dedican unos minutos a leer lo que escribo lo son».


Ayer volví a leer las primeras páginas de El Principito, ese pasaje en el que el Principito le pide al aviador, que es el narrador, que le dibuje un cordero.

El narrador, que no se considera un buen dibujante, intenta hacer un dibujo que él cree aceptable, pero el Principito lo rechaza, diciendo que no se parece a lo que él imaginaba. Luego hace otro intento, dibujando un cordero más elaborado, pero el Principito tampoco queda satisfecho, porque le parece enfermizo o débil.

Finalmente, el narrador tiene una idea diferente: dibuja una caja y le dice al Principito que dentro está el cordero. El Principito se muestra completamente feliz, porque gracias a su imaginación puede ver exactamente el cordero que deseaba.

Hoy esa metáfora tiene un significado más profundo. Porque el símbolo de esa inocencia —la confianza en lo esencial, en lo que no se ve— se rompe cuando la realidad institucional golpea de lleno: el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, ha sido condenado por el Tribunal Supremo por revelación de datos reservados. Un hecho inédito en la democracia española y un auténtico terremoto jurídico y político.

Un precedente histórico

La sentencia impone dos años de inhabilitación, además de una multa y de una indemnización. Es la primera vez que un fiscal general en ejercicio es condenado por un delito que afecta directamente a su deber de garantizar la legalidad y proteger los derechos de los ciudadanos.

Para algunos sectores, la resolución demuestra que ninguna autoridad está por encima de la ley. Para otros, no es más que una batalla de poder revestida de formalidad judicial. Sea como sea, el daño institucional está hecho.

La crueldad de la realidad frente a la mirada del niño

Si El Principito nos enseña algo, es que lo esencial no se puede mirar con la óptica estrecha de los adultos, siempre atrapados en las apariencias. Pero cuando un fiscal general es condenado, cuando se demuestra que la información reservada puede usarse como arma política o personal, la sociedad se siente como el piloto del libro: explicando una y otra vez que no es un «sombrero», que hay algo más grave debajo.

La inocencia —esa misma que representa el cordero dentro de la caja— se pierde cuando las instituciones dejan de inspirar confianza. Y ese desgaste no afecta solo a quien cometió el error, sino al propio concepto de justicia.

Entre la fábula y la fractura institucional

El Principito recuerda que solo quien ve con el corazón entiende lo verdaderamente importante. Y precisamente ahora, con la Fiscalía en el centro de la tormenta, ese mensaje se convierte en advertencia: necesitamos instituciones que no vivan atrapadas en apariencias, sino ancladas en la ética, la responsabilidad y la verdad.

El relevo de García Ortiz no es simplemente un cambio de nombres: es una oportunidad —o una amenaza— para reconstruir, o terminar de erosionar, la confianza ciudadana. La elección de una nueva fiscal general llega en un momento en el que el país entero observa, con suspicacia, cada movimiento.

Reconstruir el cordero

El verdadero reto no consiste solo en nombrar a quien ocupe el cargo, sino en recuperar el sentido de la institución: independencia, ecuanimidad, servicio público. No valen las cajas vacías ni los dibujos hechos con prisas. La sociedad tiene derecho a un cordero auténtico, sano, transparente.

La crisis del fiscal general deja una lección: cuando el poder olvida lo esencial, cuando deja de actuar con honestidad, pierde lo que el Principito llamaba «el vínculo». Y cuando ese vínculo se rompe, todo el edificio institucional queda frágil.

Al final:

En un tiempo en que la política se inclina hacia el ruido y la opacidad, El Principito nos recuerda algo sencillo: solo con el corazón se puede ver con honestidad. La condena al fiscal general no es solo una noticia: es una llamada de atención. O reconstruimos la confianza —ese pequeño cordero invisible— o la perderemos para siempre.

 

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