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El Caso Rubiales: Un juicio que destapa las heridas del fútbol español.

Foto del escritor: Mario González SánchezMario González Sánchez

Actualizado: 22 feb


No hay verano sin beso.

Llevo varios días siguiendo las sesiones del juicio contra Luis Rubiales, expresidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF).

Este caso se ha convertido en un proceso mediático que ha polarizado la opinión pública. La causa gira en torno al polémico beso que Luis Rubiales le dio a Jennifer Hermoso tras la final del Mundial de Fútbol Femenino de 2023. Este hecho ha desencadenado todo un rosario de reacciones que ha abierto un debate sobre la ética, el abuso de poder y la responsabilidad en el mundo del deporte.

Luis Rubiales, durante la ceremonia de entrega de medallas, protagonizó una serie de actuaciones y comportamientos que, en lugar de celebrar el triunfo histórico de la Selección Femenina Española, sumieron al fútbol en un escándalo de grandes proporciones. Sin embargo, el beso no consentido a Jennifer Hermoso no fue un acto aislado, sino el punto culminante de una serie de comportamientos reprochables protagonizados por el expresidente de la RFEF.

En el palco, después del pitido final del partido, Luis Rubiales protagonizó un gesto de muy mal gusto, rozando incluso la vulgaridad. Fue un comportamiento nada edificante por parte de alguien que ostentaba un cargo de tanta relevancia. Con todo, el conjunto de despropósitos de nuestro protagonista no terminó ahí; esta actitud continuó en el terreno de juego, mientras las jugadoras celebraban la consecución del torneo. La vulgaridad con la que actuó el entonces presidente dejó claro que no podía seguir ni un día más al frente de la Federación.

Fue el beso a Jennifer Hermoso lo que finalmente encendió la mecha para que la sociedad de este país pidiera su dimisión. Sin embargo, hay quienes sostienen que Luis Rubiales ya debería haber sido destituido mucho antes, dada la acumulación de comportamientos cuestionables que había protagonizado durante su mandato. El Gobierno y el Consejo Superior de Deportes (CSD) miraron hacia otro lado durante muchos años, mientras este hombre manejaba los destinos de la RFEF a su antojo y con numerosas sombras. Su salida de la Federación no vino de la mano del Gobierno, sino de organismos internacionales como la FIFA.

El caso Rubiales ha expuesto las sombras que rodean el mundo del fútbol. La federación, como organismo independiente, ha sido refugio de una cultura de impunidad y falta de control, lo que se refleja en los antecedentes de sus últimos presidentes, todos ellos envueltos en escándalos judiciales. El fútbol ha sido, durante años, un terreno abonado para la corrupción sistemática. Detrás del servilismo descarado de las territoriales, abundan los estómagos agradecidos. Es inaceptable que los diferentes comités encargados de elegir a su presidente comprometan la legitimidad de las instituciones al entregar sus votos a cambio de beneficios particulares. La RFEF es una fortaleza inexpugnable para los outsiders. Las normas que rigen para presentar una candidatura a la presidencia del organismo impiden, literalmente, que cualquier aspirante ajeno a esta estructura caciquil obtenga los avales necesarios para postularse. Es un círculo cerrado en el que ellos mismos designan a su presidente incluso antes de que se celebren las elecciones.

La RFEF nunca ha querido recibir subvenciones del Estado, y lo hace con el único objetivo de evitar cualquier tipo de control. Esta forma de actuar les permite gestionar el dinero con total libertad, sin someterse a ningún régimen de fiscalización. Lo mismo ocurre con la UEFA y la FIFA. De hecho, en episodios recientes, la UEFA amenazó al fútbol español con impedir la participación de los equipos de la liga en las competiciones europeas si el Gobierno intentaba intervenir en la gestión del organismo federativo.


Volviendo al juicio «Caso Rubiales».

El juicio que estamos presenciando se ha convertido en una auténtica pantomima, teñida de un surrealismo que raya en lo absurdo. Desde el inicio del proceso, tanto las intervenciones del Ministerio Fiscal como las de las defensas han dejado mucho que desear, y la sala se ha transformado en un escenario donde la verdad se ha convertido en una víctima más. La notoriedad del caso, ampliamente cubierto por los medios de comunicación, está obstaculizando la labor de los abogados y del Ministerio Fiscal, quienes tienen dificultades para esclarecer los detalles de lo sucedido, muchos de los cuales ya se habían filtrado en los medios a lo largo de este tiempo. Los testimonios y los cruces de declaraciones entre las partes han convertido este juicio en un laberinto de acusaciones y contraacusaciones, donde la verdad se difumina. El juez parece querer poner fin a esta farsa, mientras el país observa, con incredulidad colectiva, cómo se desarrollan los acontecimientos.

En resumen, el «Caso Rubiales» es más que un juicio por un beso; es el reflejo de un sistema que ha permanecido en la sombra, oculto tras la fachada del fútbol y sus gestos mediáticos. La sociedad española no solo se enfrenta a una falta de respeto hacia una jugadora, sino también a un problema estructural dentro de las instituciones deportivas, que durante demasiado tiempo han eludido el escrutinio público. El juicio sigue su curso, pero el daño al fútbol es irreparable y la reputación de quienes lo gestionan está en entredicho.

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