Santiago ya no es solo un final espiritual, sino el inicio de una nueva causa política.
- Mario González Sánchez
- 19 may
- 4 Min. de lectura

¿El inicio de una nueva “Revolución de las Rosas”?
La política gallega ha sido testigo de un movimiento insólito que podría marcar el principio de una fractura más profunda dentro del Partido Socialista Obrero Español. El viernes día 16 de mayo, durante un pleno extraordinario celebrado en el Palacio de Raxoi, el Grupo Municipal del PSOE en el Ayuntamiento de Santiago de Compostela oficializó la salida de cuatro de sus concejales: Mercedes Rosón, Gonzalo Muíños, Mila Castro y Marta Álvarez. Este gesto, que en principio podría interpretarse como una escaramuza local, ha sido calificado por algunos observadores como el primer paso de una nueva “Revolución de las Rosas” dentro del socialismo español.
Este término, con ecos simbólicos y evocadores, remite tanto a la iconografía clásica del socialismo como a procesos históricos de resistencia pacífica frente al autoritarismo. Pero ¿qué está pasando realmente en el PSOE para que sus propias filas comiencen a rebelarse?
Un gesto de ruptura
Los concejales que han roto con el Grupo Municipal del PSOE en Santiago lo han hecho en desacuerdo con la actual dirección del partido y, de manera más específica, con lo que consideran una deriva autoritaria bajo el liderazgo de Pedro Sánchez. Según fuentes cercanas al grupo, la decisión no fue improvisada ni producto de un desencuentro puntual, sino el resultado de un proceso de desgaste prolongado y de una creciente incomodidad con la falta de autonomía de los cargos electos a nivel local.
«No se puede construir un proyecto progresista si la base del partido no tiene margen para pensar, disentir o aportar una visión diferente a la de la dirección central», explicó uno de los ediles disidentes.
La opresión de Ferraz
Las críticas más duras se dirigen a la sede nacional del partido, en la madrileña calle de Ferraz, a la que acusan de ejercer una «dictadura interna» sobre sus representantes territoriales. El control férreo de la dirección se ha vuelto más asfixiante en los últimos meses, con decisiones impuestas de arriba abajo, sanciones internas a voces disonantes, y una línea de pensamiento único que ahoga el debate interno.
Las recientes filtraciones de mensajes de WhatsApp entre altos cargos del partido han avivado aún más la sensación de vigilancia interna y represión de la disidencia. «Ya no se trata solo de disciplina, se trata de obediencia ciega», comenta un veterano militante compostelano. «Estamos viviendo una situación insostenible en la que cualquier crítica se interpreta como una traición».
La sombra de la historia
La crisis que sacude al PSOE no solo es interna. También es ideológica. Algunos analistas señalan que el partido ha perdido el rumbo y se ha alejado de los valores que lo definieron históricamente. En artículos y columnas que han circulado en medios y redes sociales en los últimos días, se recuerda la talla intelectual y moral de los representantes del PSOE durante la Segunda República. Figuras como Miguel de Unamuno, Gregorio Marañón, Fernando de los Ríos, Salvador de Madariaga y José Ortega y Gasset ocuparon escaños bajo la bandera socialista en las Cortes Constituyentes de 1931, un periodo de intensa efervescencia democrática y cultural.
Hoy, esa memoria contrasta dolorosamente con lo que muchos ven como un partido cerrado sobre sí mismo, desconectado de la ciudadanía y entregado a la lógica del poder por el poder. “¿Quién te ha visto y quién te ve, Partido Socialista?”, se lamentaba recientemente un militante en una asamblea en Lugo.
¿Una rebelión en marcha?
La salida de los cuatro concejales compostelanos podría ser solo la punta del iceberg. Varios cargos municipales y autonómicos, tanto en Galicia como en otras comunidades autónomas, estarían valorando movimientos similares, aunque por ahora prefieren mantener un perfil bajo. El temor a represalias, suspensiones de militancia o aislamiento dentro de la estructura partidaria actúa como un poderoso freno.
No obstante, en el seno del socialismo gallego crece la idea de que ha llegado el momento de plantar cara. “Es necesario que militantes y cargos electos inicien una nueva «Revolución de las Rosas», para recuperar los valores socialistas que tanto bien han aportado a este país”, se lee en un comunicado interno impulsado por un grupo de militantes de base.
La metáfora floral no es casual: remite tanto a la rosa del logotipo socialista como a una rebelión serena, simbólica, pero firme. A diferencia de otras crisis anteriores, en las que el descontento se limitaba a rumores y filtraciones, esta vez el desacuerdo ha tomado cuerpo institucional. Ha dejado de ser un murmullo para convertirse en un acto político tangible.
El PSOE ante el espejo
El liderazgo de Pedro Sánchez, consolidado tras múltiples crisis y supervivencias políticas, se enfrenta ahora a una tensión más sutil, pero potencialmente más corrosiva: la desafección silenciosa de parte de sus propias filas. Mientras en el Congreso y en el Gobierno se blindan las lealtades con pactos, alianzas y cargos, en la base del partido se percibe una desconexión creciente entre la dirección y las realidades del territorio.
En ese contexto, la decisión de Rosón, Muíños, Castro y Álvarez se interpreta como un acto de valentía, pero también como un aviso. La pregunta que queda flotando es: ¿serán los primeros de muchos, o solo una excepción local?
Por ahora, la «Revolución de las Rosas» es más un símbolo que un movimiento estructurado. Pero como bien saben en política, todo comienza con un gesto. Y el de Santiago de Compostela podría ser, si el malestar continúa extendiéndose, el principio de una nueva página en la historia del socialismo español. Una página escrita desde la periferia, con tinta gallega, y el aroma persistente de las rosas que aún no se han marchitado.
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